La mañana anterior a Nochebuena se levantó somnolienta en exceso y anormalmente triste. Como si no hubiera conseguido descansar ni una sola de las 8 horas que solía dormir, o como si hubieran estado llenas de sueños extraños y pesados, que la hubieran dejado más agotada que al acostarse.
María se secaba el pelo y pensaba en ello mientras comprobaba frente al espejo que no había olvidado ninguno de los complementos, pendientes, pulsera....que acompañaban su formal traje de trabajo.
Imaginó que era debido a que su ciclo menstrual estaba a punto de llegar al día 28, y sus hormonas le jugaban una mala pasada. “Bueno, mejor esto que la sobreexcitación de otras veces”, pensó y se guiñó un ojo a sí misma.
En los días previos a las fiestas navideñas reinaba en el edificio una atmósfera con olor a consumismo y alegría postiza, aunque en algunos casos era demasiado evidente, en otros aún quedaba un atisbo de verdad. Algunos hablaban de su próximo viaje para ver a la familia, a la pareja, o de los preparativos que entusiasmaban a los niños de cada casa. Hacía tiempo que María no sentía emoción por esas fiestas, desde que su abuela murió, no habían vuelto a ser lo mismo para ella.
También era bastante obvio que eran la excusa perfecta para trabajar menos o no hacerlo en absoluto, todo el mundo andaba atareado en encontrar la forma perfecta de salir antes, unas cañas con los compañeros, una cita de última hora con un cliente...
Ella era benévola en ese aspecto, recordaba como había disfrutado de ese relax “prevacacional” cuando aún solo era una auxiliar en la primera empresa en la que consiguió trabajo, el verano de sus 17 años.
Mientras organizaba el pequeño almacén de papelería no podía dejar de pensar en el episodio de primavera con Lucas, desde aquel día, Lucas parecía no recordar nada, ni le había permitido hacer comentario alguno sobre el incidente, así que en algunos momentos, incluso dudaba que hubiera sido él quien la había ayudado en aquel trance.
Al pensar en Lucas, sus hormonas volvieron a jugársela, y dos botones duros parecieron querer escapar de su camisa blanca. María sonrió y se abandonó a la sensación, “estoy sola, es Navidad y mi cuerpo me regala fantasías en medio de un cuarto de suministros, si Almodóvar lo hubiera escrito, no hubiera acertado mejor el momento ni el lugar”.
Mientras colocaba las carpetas de archivo vacías sobre el casillero del correo alguien entró en el cuarto cerrando la puerta tras de sí, María se sintió descubierta y un poco indefensa, su chaqueta estaba en el perchero de la entrada y su camisa todavía la delataba...asomó la cabeza tras el casillero, escondiendo su cuerpo de la vista de quien hubiera entrado.
“Busco grapas, ¿sabes donde...” la pregunta quedó a la mitad, Lucas se encendió haciendo juego con las luces de fiesta del resto de los despachos...”...están?”. La palabra quedó flotando huérfana en el poco espacio que quedaba ahora en la pequeña estancia.
“Segundo estante, tercera balda...Lucas”, la voz no conseguía ser todo lo oficial que hubiera deseado. Segundo estante tercera balda era un lugar que María no hubiera nombrado de haberse percatado que Lucas tenía que pasar junto a ella para acceder a él...demasiado cerca para aquel momento, demasiado próximo para su estado actual, que en lugar de mejorar, había empeorado al tener al objeto de sus fantasías delante, demasiado solos para unas hormonas tiránicas...
Lucas parecía no decidirse a poner un pie delante del otro, pero finalmente avanzó y musitó “Fe..Feliz Navidad María”...al llegar a su altura giró de tal manera que se colocó frente a ella, con la idea de darle dos protocolarios y navideños besos en las mejillas.
Hubo una confusión de movimientos, ambos azorados movían la cabeza de manera que sus labios siempre quedaban a varios centímetros de besarse y volvían a comenzar la maniobra, como si de un avión pidiendo pista correcta para aterrizar se tratase.
Por fin María se quedó quieta y comenzó a reírse sin control, como si la carcajada hubiera estado encarcelada durante siglos, excavando un túnel con paciencia en la fría roca, y por fin hubiera visto la luz del sol. Lucas la siguió en su reacción, reía y la miraba, mientras negaba con la cabeza y mantenía su mano sobre el brazo de María.
Mientras su risa cesaba se miraban el uno al otro sorprendidos de sí mismos, con extrañeza. Y entonces ella le besó. Suavemente, en los labios. Lucas disminuyó la presión de su mano sobre el brazo de ella, y poco a poco la bajó a su cintura y la atrajo hacía sí, despacio, como si el hecho de que María notase lo que estaba haciendo fuese a deshacer ese momento.
El beso se intensificó, y María abrazada a Lucas, fue escondiéndolos de nuevo tras el casillero del correo. Su mente estaba en blanco, solo existía ese pequeño espacio, ese momento que acababan de crear, y que creía terminaría allí. No podía dejar de besarlo, no quería hacerlo.
Lucas sentía pavor, un sudor frío le recorría la espalda, la delicadeza de sus movimientos era extrema, si María ponía fin a aquello en cualquier segundo, sentía que desaparecería de la faz de la tierra. ¡Dios! La piel de sus muslos era tan suave...y entonces su cerebro se apagó...su mano subió bajo su blusa, siguiendo la línea de su cintura hasta su pecho...la oía respirar acelerada. Abrió los ojos y la miró, los suyos estaban cerrados y una sonrisa dibujaba sus labios entreabiertos, solo quería verla así, saber que era él quien la hacía sonreír así lo desconcertaba...
María y Lucas celebraron su Navidad en el cuarto de papelería, sin interrupciones, sin órdenes, sin champán, sin uvas, sin ropa...
Una hora después, Lucas, mientras ayudaba a María a volver sobre sus tacones, intentó decirle algo...ella hizo un movimiento casi imperceptible que parecía decir “no, ahora no, no es necesario”.
María se secaba el pelo y pensaba en ello mientras comprobaba frente al espejo que no había olvidado ninguno de los complementos, pendientes, pulsera....que acompañaban su formal traje de trabajo.
Imaginó que era debido a que su ciclo menstrual estaba a punto de llegar al día 28, y sus hormonas le jugaban una mala pasada. “Bueno, mejor esto que la sobreexcitación de otras veces”, pensó y se guiñó un ojo a sí misma.
En los días previos a las fiestas navideñas reinaba en el edificio una atmósfera con olor a consumismo y alegría postiza, aunque en algunos casos era demasiado evidente, en otros aún quedaba un atisbo de verdad. Algunos hablaban de su próximo viaje para ver a la familia, a la pareja, o de los preparativos que entusiasmaban a los niños de cada casa. Hacía tiempo que María no sentía emoción por esas fiestas, desde que su abuela murió, no habían vuelto a ser lo mismo para ella.
También era bastante obvio que eran la excusa perfecta para trabajar menos o no hacerlo en absoluto, todo el mundo andaba atareado en encontrar la forma perfecta de salir antes, unas cañas con los compañeros, una cita de última hora con un cliente...
Ella era benévola en ese aspecto, recordaba como había disfrutado de ese relax “prevacacional” cuando aún solo era una auxiliar en la primera empresa en la que consiguió trabajo, el verano de sus 17 años.
Mientras organizaba el pequeño almacén de papelería no podía dejar de pensar en el episodio de primavera con Lucas, desde aquel día, Lucas parecía no recordar nada, ni le había permitido hacer comentario alguno sobre el incidente, así que en algunos momentos, incluso dudaba que hubiera sido él quien la había ayudado en aquel trance.
Al pensar en Lucas, sus hormonas volvieron a jugársela, y dos botones duros parecieron querer escapar de su camisa blanca. María sonrió y se abandonó a la sensación, “estoy sola, es Navidad y mi cuerpo me regala fantasías en medio de un cuarto de suministros, si Almodóvar lo hubiera escrito, no hubiera acertado mejor el momento ni el lugar”.
Mientras colocaba las carpetas de archivo vacías sobre el casillero del correo alguien entró en el cuarto cerrando la puerta tras de sí, María se sintió descubierta y un poco indefensa, su chaqueta estaba en el perchero de la entrada y su camisa todavía la delataba...asomó la cabeza tras el casillero, escondiendo su cuerpo de la vista de quien hubiera entrado.
“Busco grapas, ¿sabes donde...” la pregunta quedó a la mitad, Lucas se encendió haciendo juego con las luces de fiesta del resto de los despachos...”...están?”. La palabra quedó flotando huérfana en el poco espacio que quedaba ahora en la pequeña estancia.
“Segundo estante, tercera balda...Lucas”, la voz no conseguía ser todo lo oficial que hubiera deseado. Segundo estante tercera balda era un lugar que María no hubiera nombrado de haberse percatado que Lucas tenía que pasar junto a ella para acceder a él...demasiado cerca para aquel momento, demasiado próximo para su estado actual, que en lugar de mejorar, había empeorado al tener al objeto de sus fantasías delante, demasiado solos para unas hormonas tiránicas...
Lucas parecía no decidirse a poner un pie delante del otro, pero finalmente avanzó y musitó “Fe..Feliz Navidad María”...al llegar a su altura giró de tal manera que se colocó frente a ella, con la idea de darle dos protocolarios y navideños besos en las mejillas.
Hubo una confusión de movimientos, ambos azorados movían la cabeza de manera que sus labios siempre quedaban a varios centímetros de besarse y volvían a comenzar la maniobra, como si de un avión pidiendo pista correcta para aterrizar se tratase.
Por fin María se quedó quieta y comenzó a reírse sin control, como si la carcajada hubiera estado encarcelada durante siglos, excavando un túnel con paciencia en la fría roca, y por fin hubiera visto la luz del sol. Lucas la siguió en su reacción, reía y la miraba, mientras negaba con la cabeza y mantenía su mano sobre el brazo de María.
Mientras su risa cesaba se miraban el uno al otro sorprendidos de sí mismos, con extrañeza. Y entonces ella le besó. Suavemente, en los labios. Lucas disminuyó la presión de su mano sobre el brazo de ella, y poco a poco la bajó a su cintura y la atrajo hacía sí, despacio, como si el hecho de que María notase lo que estaba haciendo fuese a deshacer ese momento.
El beso se intensificó, y María abrazada a Lucas, fue escondiéndolos de nuevo tras el casillero del correo. Su mente estaba en blanco, solo existía ese pequeño espacio, ese momento que acababan de crear, y que creía terminaría allí. No podía dejar de besarlo, no quería hacerlo.
Lucas sentía pavor, un sudor frío le recorría la espalda, la delicadeza de sus movimientos era extrema, si María ponía fin a aquello en cualquier segundo, sentía que desaparecería de la faz de la tierra. ¡Dios! La piel de sus muslos era tan suave...y entonces su cerebro se apagó...su mano subió bajo su blusa, siguiendo la línea de su cintura hasta su pecho...la oía respirar acelerada. Abrió los ojos y la miró, los suyos estaban cerrados y una sonrisa dibujaba sus labios entreabiertos, solo quería verla así, saber que era él quien la hacía sonreír así lo desconcertaba...
María y Lucas celebraron su Navidad en el cuarto de papelería, sin interrupciones, sin órdenes, sin champán, sin uvas, sin ropa...
Una hora después, Lucas, mientras ayudaba a María a volver sobre sus tacones, intentó decirle algo...ella hizo un movimiento casi imperceptible que parecía decir “no, ahora no, no es necesario”.
4 comentarios:
Qué sugerente, Iralow. Mis felicitaciones!!!
Salud
Wow
Increíble, increíble, qué bueno!
Eso sí que es una tarde buena y lo demás son cuentos. Ha resultado una historia deliciosa, llena de delicadeza y sensualidad. Besos, felicidad y hasta pronto.
Ic Si
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