Un domingo cualquiera de octubre. Espero a Lola en el café Madrid y como siempre, se retrasa. Sentada en una mesa pequeña de mármol, mi carpeta del trabajo, el móvil y un paquete de Chester sobre la mesa. Un cigarrillo encendido humea en el cenicero de cristal transparente que hay junto a una vela retorcida.
La puerta se abre y alguien entra, se para en el umbral, con el sol a su espalda y echa un vistazo al local. Se dirige a la barra y se sienta en un taburete. Saluda a la camarera y pide una cerveza.
Leo en mi espera, y alargo la mano para coger el cigarro que se consume en el cenicero, doy una calada, mi mirada se cruza con la de la persona que ha entrado hace diez minutos, es un chico larguirucho, moreno y desaliñado, con una sonrisa de medio lado en el rostro. Vuelvo a mi libro, y sonrío.
Cinco minutos después vuelve a sonar la puerta, es Lola, curiosamente se dirige con cara compungida hacia la barra, y pide disculpas de manera teatral al chico desaliñado. Los miro desde mi mesa y sonrío de nuevo, apagando mi cigarrillo. Lola se gira buscando a alguien más, me ve y comienza de nuevo su actuación…le saco la lengua y gesticulo como diciéndole “excusas, excusas…”
“Lo siento, lo siento, lo siento…” dice Lola con su mejor cara de culpable de todo.
“¿Esperabas a esto?” dice el larguirucho con una sonrisa socarrona. “No lo entiendo, no entiendo que alguien pueda esperarte todavía Lola”.
“Estoy acostumbrada, son muchos años. Soy Irene, hola”
“Gabriel, amigo de Lola, aunque no sé si por mucho tiempo…”
Lola se revuelve en su asiento, sigue disculpándose, parlotea sin parar, y hace las presentaciones para pasar de largo por el tema de su retraso, “…fotógrafo, acaba de volver a Madrid, siempre me llama cuando menos tiempo tengo, menos mal que se vuelve a Túnez en un mes…”
Escucho por encima lo que cuenta, mientras Gabriel sonríe pacientemente, en espera de que Lola termine su disertación sobre el desconocido que ha dejado de ser para mí. Diez minutos después Lola se levanta azorada, “…lo siento, lo siento chicos, tengo que irme, el jefe, ya sabéis, no puede vivir sin mi…oye, no os importará pagar el café…el miércoles quedo contigo y el jueves contigo…yo invito…perdón, perdón, perdón…”
Son casi las 12 y la tarde ha pasado volando, desde que Lola nos abandonó a nuestra suerte, me da la impresión de que nos hemos sentido de todo menos abandonados. Gabriel es divertido, habla y escucha, con pasión, con atención, parece beberse la vida, me enseña las fotos que hizo al llegar a Madrid, pregunta, su curiosidad es deliciosa, sus ojos están hechos para ver, para mirar sin perder un detalle, y esta tarde, yo soy el centro de su objetivo. Quiere fotografiarme, “no, por favor…”. Sonríe de nuevo, y acepta mi negativa. “En otra ocasión pues…”. Son las 3 de la mañana, y trabajamos ambos al día siguiente. Dos besos de cortesía y el taxi arranca en dirección desconocida.
Octubre, una mañana cualquiera, me levanto de la cama y la boca me sabe a alpargata…me dirijo al baño a lavarme los dientes y a intentar sacudirme la somnolencia debajo de la ducha…algo que sé que no conseguiré antes del café, o de las 10 de la mañana, según le dé a mi organismo ese día. Por el momento huele a café recién hecho en la cocina, eso es buena señal.
Salgo de la ducha, todavía dormida, me visto, vaqueros y camisa (uniforme “de vestir”, hoy toca ronda de visitas), me pongo la espuma en el pelo y acto seguido (10 pasos hasta el salón) me derrumbo en el sofá.
“Arriba dormilona”, una taza de café se agita delante de mi cara…
“Ñé…” es todo lo que consigo articular.
“ Me voy volando niña, salgo para Barcelona en menos de dos horas…no sé si volveré hoy o mañana…puede que tenga que quedarme más”.
Depositan un beso ligero sobre mi cabeza mojada, un soniquete de llaves y el crujido de la puerta al cerrarse.
Dos horas después, en medio de una reunión reacciono con fastidio, “…soy idiota, no le has dado un beso al marcharse, jodida narcoléptica…y tal vez esta noche duermas sola”. Ya me he jodido el día yo sola. Soy única para eso, nadie es capaz de hundirme un día como yo misma.
Llego a casa a eso de las 9, no tengo ganas de nada, estoy muerta, vuelvo a dejarme caer en el sofá después de una ducha rápida, tampoco consigo sacudirme la melancolía…suenan llaves en la puerta.
La puerta se abre y alguien entra, se para en el umbral, con el sol a su espalda y echa un vistazo al local. Se dirige a la barra y se sienta en un taburete. Saluda a la camarera y pide una cerveza.
Leo en mi espera, y alargo la mano para coger el cigarro que se consume en el cenicero, doy una calada, mi mirada se cruza con la de la persona que ha entrado hace diez minutos, es un chico larguirucho, moreno y desaliñado, con una sonrisa de medio lado en el rostro. Vuelvo a mi libro, y sonrío.
Cinco minutos después vuelve a sonar la puerta, es Lola, curiosamente se dirige con cara compungida hacia la barra, y pide disculpas de manera teatral al chico desaliñado. Los miro desde mi mesa y sonrío de nuevo, apagando mi cigarrillo. Lola se gira buscando a alguien más, me ve y comienza de nuevo su actuación…le saco la lengua y gesticulo como diciéndole “excusas, excusas…”
“Lo siento, lo siento, lo siento…” dice Lola con su mejor cara de culpable de todo.
“¿Esperabas a esto?” dice el larguirucho con una sonrisa socarrona. “No lo entiendo, no entiendo que alguien pueda esperarte todavía Lola”.
“Estoy acostumbrada, son muchos años. Soy Irene, hola”
“Gabriel, amigo de Lola, aunque no sé si por mucho tiempo…”
Lola se revuelve en su asiento, sigue disculpándose, parlotea sin parar, y hace las presentaciones para pasar de largo por el tema de su retraso, “…fotógrafo, acaba de volver a Madrid, siempre me llama cuando menos tiempo tengo, menos mal que se vuelve a Túnez en un mes…”
Escucho por encima lo que cuenta, mientras Gabriel sonríe pacientemente, en espera de que Lola termine su disertación sobre el desconocido que ha dejado de ser para mí. Diez minutos después Lola se levanta azorada, “…lo siento, lo siento chicos, tengo que irme, el jefe, ya sabéis, no puede vivir sin mi…oye, no os importará pagar el café…el miércoles quedo contigo y el jueves contigo…yo invito…perdón, perdón, perdón…”
Son casi las 12 y la tarde ha pasado volando, desde que Lola nos abandonó a nuestra suerte, me da la impresión de que nos hemos sentido de todo menos abandonados. Gabriel es divertido, habla y escucha, con pasión, con atención, parece beberse la vida, me enseña las fotos que hizo al llegar a Madrid, pregunta, su curiosidad es deliciosa, sus ojos están hechos para ver, para mirar sin perder un detalle, y esta tarde, yo soy el centro de su objetivo. Quiere fotografiarme, “no, por favor…”. Sonríe de nuevo, y acepta mi negativa. “En otra ocasión pues…”. Son las 3 de la mañana, y trabajamos ambos al día siguiente. Dos besos de cortesía y el taxi arranca en dirección desconocida.
Octubre, una mañana cualquiera, me levanto de la cama y la boca me sabe a alpargata…me dirijo al baño a lavarme los dientes y a intentar sacudirme la somnolencia debajo de la ducha…algo que sé que no conseguiré antes del café, o de las 10 de la mañana, según le dé a mi organismo ese día. Por el momento huele a café recién hecho en la cocina, eso es buena señal.
Salgo de la ducha, todavía dormida, me visto, vaqueros y camisa (uniforme “de vestir”, hoy toca ronda de visitas), me pongo la espuma en el pelo y acto seguido (10 pasos hasta el salón) me derrumbo en el sofá.
“Arriba dormilona”, una taza de café se agita delante de mi cara…
“Ñé…” es todo lo que consigo articular.
“ Me voy volando niña, salgo para Barcelona en menos de dos horas…no sé si volveré hoy o mañana…puede que tenga que quedarme más”.
Depositan un beso ligero sobre mi cabeza mojada, un soniquete de llaves y el crujido de la puerta al cerrarse.
Dos horas después, en medio de una reunión reacciono con fastidio, “…soy idiota, no le has dado un beso al marcharse, jodida narcoléptica…y tal vez esta noche duermas sola”. Ya me he jodido el día yo sola. Soy única para eso, nadie es capaz de hundirme un día como yo misma.
Llego a casa a eso de las 9, no tengo ganas de nada, estoy muerta, vuelvo a dejarme caer en el sofá después de una ducha rápida, tampoco consigo sacudirme la melancolía…suenan llaves en la puerta.
Gabriel entra sonriendo, aunque su cara denota el cansancio de un día largo…” hola marmota, que tal día has tenido”, se sienta en un hueco del sofá y me besa en los labios, un beso largo, un beso de hola, te he echado de menos mala mujer…
“Apestas…” le digo sonriendo como la mala mujer que se supone que soy.
“Me voy a la ducha…pero la cena la preparas tú…”, salta por encima del sofá para escapar de la nalgada que mi mano cree que merece, pero no lo consigue.
Cenamos pasta, con tomate natural y mozzarella, un poquito de albahaca, aceite y sal, hablamos sin dejar de mirarnos, y de repente nos entran unas ganas terribles de irnos a la cama. “¿Tienes sueño?” me pregunta mientras su pie acaricia al mío por debajo de la mesa.
“Tengo un sueño terrible…”, le digo, tiempo que me levanto de la mesa y le guío de la mano por el pasillo…” terrible, si…vas a tener que inventarte algo para que no me duerma…”
Seguramente en el patio se oyen nuestras risas, apagadas por el sonido de la música que nos acompaña desde el reproductor de CDs que está a los pies de la cama.
Duende, sé que ya te lo sabes, pero tu vuelta me lo ha recordado, y no quería olvidarlo…bien sabes que los nombres son los originales de aquel cuento improvisado…el resto tal vez venga desdibujado por el tiempo y mi mala cabeza. Va por ti, porque el tuyo se plasme en las cuartillas de la vida.
“Apestas…” le digo sonriendo como la mala mujer que se supone que soy.
“Me voy a la ducha…pero la cena la preparas tú…”, salta por encima del sofá para escapar de la nalgada que mi mano cree que merece, pero no lo consigue.
Cenamos pasta, con tomate natural y mozzarella, un poquito de albahaca, aceite y sal, hablamos sin dejar de mirarnos, y de repente nos entran unas ganas terribles de irnos a la cama. “¿Tienes sueño?” me pregunta mientras su pie acaricia al mío por debajo de la mesa.
“Tengo un sueño terrible…”, le digo, tiempo que me levanto de la mesa y le guío de la mano por el pasillo…” terrible, si…vas a tener que inventarte algo para que no me duerma…”
Seguramente en el patio se oyen nuestras risas, apagadas por el sonido de la música que nos acompaña desde el reproductor de CDs que está a los pies de la cama.
Duende, sé que ya te lo sabes, pero tu vuelta me lo ha recordado, y no quería olvidarlo…bien sabes que los nombres son los originales de aquel cuento improvisado…el resto tal vez venga desdibujado por el tiempo y mi mala cabeza. Va por ti, porque el tuyo se plasme en las cuartillas de la vida.
10 comentarios:
ole, ole!
;-)
Pues gracias por recordarme que lo más bonito de la realidad siempre serán los sueños,
y que los sueños no solo sueños son.
Un besazo tan grande como tú eres por dentro.
I. vaya. Eso es un domingo de todo menos casual. Bien por tí.
Un Besooo
Edu
bonito relato y muy bien contado, espero que el final fuera feliz
No me ha quedado claro si es una historia real o no, pero aun así es una de las más bonitas y románticas que he escuchado. Y estoy de acuerdo con los demás, muy bien contada.
Muchos besos.
¡Bendita Lola! Y la protagonista, que ha sabido aprovechar la oportunidad...hasta aquí llega el delicioso olor del café matutino y la manera mimosa en que declaras que tienes sueño...Besos.
Me ha encantadoooooo quiero más!!!!
Qué bien escribes niña, y qué ganas tengo yo de que me pase algo así. Brrrr.
Besos
Y olvidé decirte que me encanta la foto. Me encanta Madrid, quiero vivir allí también, soy un culo de mal asiento.
Bonito. No sabes cómo me gusta leer historias de gente que se lo pasa bien en lugar de padecer atroces sufrimientos porque un mendrugo/a no le quiere (o diversas variaciones del mismo caso).
Hola!
No es la primera vez que te leo pero nunca te había comentado por vaguería...
Me ha encantado este post.Además me parece un motivo precioso para hacerlo.
un beso
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