Y entonces qué. Para qué, de que sirve volver atrás, si no es para rebañar los restos de la copa de chocolate.
¿Para qué quiero yo unos restos cuando tengo un super debajo de casa y puedo volver a comprar una y otra y otra y otra más?
Claro que hay mil y una copas de chocolate, igual que hay mi y una noches para disfrutar, que decía el cuento.
Igual que hay mil y una sensaciones por vivir.
¿Qué necesidad hay de regodearse en lo buena que estuvo aquella copa cuando sabes que tienes 1 euro en el bolsillo?
¿Y si tienes un millón?
Lo único que pueda explicar un comportamiento tan estúpido es que aquella copa fuera única...pero claro, todas las copas son únicas, y diferentes desde que abres la tapa y metes la cuchara. Pero no significa que no vaya a haber más ¿cierto?
Todos tenemos derecho a ir al super de la esquina. Y si el trago es costoso y amargo, a veces no hay ascensores o la copa está reservada para alguien, pues le preguntas a la copa o a la cajera o a quien se preste y te das una vuelta entre los estantes a ver si hay alguna reservada para ti.
Yo soy una copa. Y charlo con otras cada día, y todas se reciclan y piensan, en lo buenas que estuvieron, y en a qué saben ahora. Piensan en cuando preguntaban ¿llevas papelillos? ¿Trajiste el Jhonny Walker?. Piensan en que ahora preguntan ¿llevas tú cambiador? ¿y bibes de repuesto?
Y a veces no se dan cuenta de que estuvieron buenísimas, y ahora se llenan con nuevos sabores, mezclados y diferentes. No mejores ni peores.
Y sé que te gusto niño, y a ti también, pero tú a mi no, y tú si, y a aquel no le apetezco, y a este le creo adicción, y para aquel soy remedio. Y este para mí es risa, y sin embargo me cobra caro, y aquel es solaz y fresquito, como un helado, y se me regala cuando menos me lo espero.
Y así andamos por el super, todos compramos y deseamos, y a su vez somos mercadería sin precio y preciosa, gratis y costosa, regalo y fruslería prohibitiva.
Aunque algunas hemos sido fruta prohibida casi siempre, furtiva, de esa que se prueba porque se sabe que no se puede tener, no porque la manzana no desee ser saboreada hasta el final, si no porque a veces, quien compra, sólo lo hace por el placer de saberse dueño de aquello que no puede permitirse salvo de modo furtivo.
Y otras hemos sido comprador caprichoso y tozudo, empeñado en aquello cuyo precio nos deja desnudos en plena Siberia.
Comprando y probando, regalándote y vendiéndote caro, así aprendes que en el mercado de las copas de chocolate, la mejor es la que tú quieres, y no la que te venden después del telediario. Y eres la mejor cuando eres la que quieren, no porque te vendas después de la novela.
8 comentarios:
no siento haber sido copa nunca... quizá betún de zapatos.
Bravo. Decir las cosas tan acertadamente no las cambia, pero sí ayuda a reflexionar e intentar ser un poco más feliz si cabe.Abrazos.
Venga no mientas, que aunque sepas que luego vas a bajar a por más, tú eres de las que acaban rebañando la copa con el dedo. Los últimos momentos siempre resultan exquisitos.
La metáfora es buenísima, pero para qué quieres una copa si tienes un Haggen Dazs de Vainilla y nueces de macadamia? (era ese verdad?)
P.D. Lo de antes no pretendía ser un eufemismo de consolador, que conste, era completamente literal
la mejor copa es aquella que se rebaña hasta el final y día tras día vuelve a aparecer llena a rebosar.
besos
Este... ejem. Iralow, amiga mía... ¿Ha sido la primera vez que un niño te trata de usted por la calle? ¿o algo? ;) Besos.
me creí por un momento que te referías a las maravillosas copas de chocolate alemanas que venden en el Plus, pero no, no hablabas de eso... De todas maneras, disfruta de esa copa, que seguro que es deliciosa
Salud!!!
Encantador juego de imágenes en las que la confusión juega el papel de reflejar la realidad... Feliz idea y realización. Besos.
Es cierto, en pelotas en Siberia :D
Tras ello, años de hornacina. Muy pulcro, eso sí, pero vacío.
Un abrazo mi niña.
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